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Italia
Italia. □ V. álamo de \Italia.

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La República Italiana o Italia, es un país de Europa del sur, que forma parte de la Unión Europea (UE). Su territorio consiste principalmente de una península alargada (Península Itálica) y de dos grandes islas en el mar Mediterráneo: Sicilia y Cerdeña. Por el norte está bordeado por los Alpes, por donde limita con Francia, Suiza, Austria y Eslovenia. Los estados independientes de San Marino y Ciudad del Vaticano son enclaves dentro del territorio italiano. Italia forma parte del G8 o grupo de las ocho naciones más industrializadas del mundo. Situada en el corazón del antiguo Imperio Romano, está llena de tesoros que reconstruyen la historia de las bases de nuestra civilización.

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Italia, guerras de
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(Repubblica Italiana)
► Estado del S de Europa. Limita con Suiza y Austria al N, Eslovenia al NE, mar Adriático al E, mar Jónico al S, mares Tirreno y Ligur al O y Francia al NO. Su extensión es de 301 277 km2 con un total de 57 634 300 h. La capital es Roma. La moneda y el idioma oficiales son, respectivamente, el euro y el italiano. La religión mayoritaria es el catolicismo. Dentro de la llamada Italia continental se encuentran los Alpes, la depresión del Po, también conocida como llanura Padana, y la Italia peninsular, vertebrada en toda su longitud por los Apeninos. La Italia insular está formada básicamente por las islas de Sicilia y Cerdeña. Los Alpes delimitan toda la frontera N de Italia, comprendiendo el país la práctica totalidad de la vertiente mediterránea de esta cordillera. Sus ricas y fértiles tierras se organizan en sucesivos escalones de terrazas fluviales que ha abierto el curso del Po. Los Apeninos, que nacen en el N, sobre la costa y unidos a los Alpes Marítimos, separan las escarpadas costas del mar Ligur de la llanura Padana. El clima es marcadamente mediterráneo; existen, no obstante, algunas alteraciones en el valle del Po, transicional entre el mediterráneo y el continental. La península y las islas son las que forman la Italia auténticamente mediterránea; su régimen climático les proporciona inviernos suaves y calurosos veranos, con temperaturas ascendentes conforme se va hacia el S. El ambiente general de la península italiana es más bien seco, aunque el total de precipitaciones medias anuales (entre 600 y 1 000 mm) sea normal para una región mediterránea. La vegetación mediterránea ha dejado paso a extensas implantaciones de viña, olivos, frutales, cereales de secano y huertas. Se han expandido coníferas (cipreses y pinos), palmeras, castaños, sauces y álamos. Los ríos más importantes son el Po, Piave, Brenta, Adigio, Reno, Volturno, Tagliamento, Arno y Tíber. Italia es un país muy densamente poblado: 192 h/km2. La población italiana presenta hoy unas bajas tasas de natalidad y mortalidad, y un acusado envejecimiento. Las capitales medianas, de entre 100 000 y 300 000 h, aglutinan a la mayoría de la población. Sólo tres grandes áreas metropolitanas cuentan con 3 millones de habitantes o más: Milán, Roma y Nápoles. Otras ciudades importantes son Turín, Florencia, Génova, Palermo, Bolonia, Venecia, Catania y Bari. Las bases de la economía italiana de los últimos decenios son la agricultura frutícola, hortícola y cerealícola; la producción de mercurio, azufre, sales y mármol (de Carrara), gas natural, energía hidroeléctrica, geotérmica y solar; la industria, el comercio, el turismo y las actividades terciarias avanzadas, como el diseño, el arte, la gestión y las finanzas. La industria italiana está muy concentrada en la red urbana del N, única área donde encontró las condiciones necesarias para el arranque industrial a partir del sector textil. Italia domina importantes cuotas del comercio mundial en sectores tan claves como la moda o el automóvil. Algunas de las grandes firmas automovilísticas controlan las industrias metalúrgicas y siderúrgicas, así como las fábricas de complementos plásticos o de aceites del motor, e incluso las concesionarias y aseguradoras (expansión vertical); en sectores paralelos, se imbrican en el mundo de la maquinaria agrícola, las motocicletas y los motores navales. Este mismo fenómeno se observa también en el sector de la moda. Italia posee además una activa plataforma financiera apoyada en el centralismo y poder decisivo de ciertos lobbies a nivel continental, concentrados en plazas y bolsas italianas como Milán y Turín. La «otra» Italia la forma el ya tradicionalmente deprimido Mezzogiorno, la gran región del S azotada por las mafias, el paro y el subdesarrollo endémico. Existe una «tercera Italia económica», caracterizada por la llamada industrialización difusa, que se localiza en el centro-N del país y la costa adriática.
HISTORIA Diferentes culturas y grupos humanos pre-indoeuropeos poblaron la península itálica durante el Paleolítico. Sucesivas invasiones acompañadas de adelantos culturales, fueron penetrando a lo largo de los siglos en la península. La Revolución neolítica, con la domesticación del ganado y la primera agricultura, fue la más importante. Las incursiones indoeuropeas, datadas en Italia desde antes del 1200 a C, llevaron a la península el bronce y consiguieron asimilar, reducir y acabar progresivamente con todas las culturas preexistentes. El hierro no llegó a Italia hasta el año 1000 a C aprox., pocos siglos antes de las primeras incursiones griegas. Fue entre los ss. VIII y VII a C cuando los griegos establecieron varias colonias y asentamientos en el S de la península itálica y en Sicilia, en un área que denominaron Magna Grecia. En el centro de la península la presencia de la cultura etrusca empezó a expandirse hacia el 700 a C, llegando, en su momento culminante (ss. VI y V a C), a su máxima extensión territorial, que ocupaba desde la llanura padana hasta la actual Nápoles. Al N los etruscos toparon con ligures y vénetos, y al S lucharon contra los griegos, pero fue en el interior de sus propios dominios donde surgió la potencia que finalmente les derrotaría: Roma. La Roma independiente pasó a regirse por una República que se lanzó a conquistar territorios, tomando primeramente el emplazamiento de los etruscos en la península, a mediados del s. III a C. En el año 49 a C la Lex Pompeia Strabonis de Julio César concedió la latinidad o la ciudadanía romana a lo que hoy es aproximadamente toda Italia. Por aquel entonces, Roma ya dominaba el Mediterráneo después de la derrota de los cartagineses en las guerras púnicas (264-241 a C), además de la Galia e Hispania, conquistadas por un prestigioso Julio César, quien sentó las bases para convertir la República en Imperio. En el año 27 a C, Octavio Augusto pudo erigirse como el primer emperador del Imperio romano, el cual llegaría a su máxima extensión hacia el año 180. Paradójicamente, durante todos estos siglos Italia únicamente fue una provincia más. El Imperio, con capital en Milán desde el año 286, fue legalmente cristianizado por el emperador Constantino. Finalmente, la división entre Occidente y Oriente (395) y la disgregación de las provincias occidentales facilitaron la penetración de los pueblos germánicos. A finales del siglo VIII se vivió el llamado Renacimiento carolingio, de la mano de Carlomagno. A su muerte (814), el Imperio cristiano fue dividido entre sus descendientes. Con ello, Italia (exceptuando el S) quedó bajo los dominios del rey Lotario I y, posteriormente, de su hijo Luis II; se perdió el poder central en beneficio de una Italia muy dividida y fraccionada en poderosos feudos, casi independientes, que fue rápidamente ocupada por el rey germánico Otón I. En el año 1002, Italia se disgregó y se sumergió de nuevo en señoríos, feudos y guerras locales. Enrique VI (emperador germánico coronado rey de Italia en 1186) consiguió unificar los dos reinos. No obstante, tal poder fue rechazado por las ciudades y por la Iglesia. El poder de las ciudades libres italianas centró el pulso político, económico, y cultural de toda la época. Cuando la sede del Pontificado volvió definitivamente a Roma (1377), la libertad del N de Italia contra cualquier emperador, rey, unificador o pontífice era ya manifiesta y su poder económico superior al de cualquier potencia de la época; su organización, republicana o señorial-burguesa, pero siempre en pequeños estados, contrastaba en una Europa de reinos con sueños aún imperiales. El S, disputado por los Anjou (Nápoles) y la corona catalano-aragonesa (Sicilia), consiguió reunificarse, en 1442, como Reino de las Dos Sicilias, bajo dominio aragonés. Esta posición de división y debilidad la hacía cada vez más vulnerable a los intereses de los poderosos imperios nacientes en Europa (Francia, España, Austria, etc.), que codiciaban las riquezas de los pequeños señoríos, ducados y repúblicas del N de Italia. Varias guerras, protagonizadas directa o indirectamente por Francia y Austria-España (Borbones y Habsburgo), empezaron a sacudir la zona. Perdida su primacía económica a partir del s. XVI, Italia siguió poseyendo importantes actividades industriales, artesanas, artísticas y científicas (Torricelli, Galileo). Ya en el s. XVIII, los Borbones (desde 1713 franco-españoles) y los austríacos lucharon en Italia, casi estado por estado, para el control de la zona. No obstante, fueron los Habsburgo (Austria) quienes acabaron consolidándose como dominadores de la mayor parte del N italiano. Italia vivió una época de breve paz y renovación con el despotismo ilustrado, empezando a estructurarse verdaderos modelos de estado moderno, exceptuando los territorios pontificios. A partir de 1796 Napoleón fue anexionando territorios a su Imperio, hasta que sólo dos estados italianos, Cerdeña y Sicilia, restaban fuera de su control. La derrota final de Bonaparte (Waterloo, 1815) devolvió a Austria, después del Congreso de Viena, la primacía sobre los pequeños reinos italianos. El reino Lombardo-Véneto, la Toscana y los ducados de Parma y Módena quedaron así bajo control directo austríaco. El Piamonte fue devuelto a los Saboya y los Estados Pontificios al gobierno conservador de los papas. Finalmente, el Reino de Nápoles (o de las Dos Sicilias) volvió a convertirse en un reducto borbónico empobrecido, latifundista y señorial. Un sentimiento anti-austríaco y un creciente nacionalismo militante empezaron a apoderarse del N de Italia. El reino del Piamonte (Turín, Génova y Cerdeña), gobernado por la casa real de Saboya, fue considerado como el único reino puramente italiano, refugio, pues, de las ideas patrióticas y los movimientos liberales italianos fundadores de las sociedades secretas. Una de las más famosas fue la de los carbonarios, que se difundieron rápidamente por el Reino de las Dos Sicilias, encabezando una rebelión en Nápoles (1820), y en el propio Piamonte para reivindicar un régimen constitucional. Toda Italia estalló en revueltas y sublevaciones en las décadas de 1830-40, y sobre todo en 1848. Con la firma del armisticio, el rey Carlos Alberto de Saboya tuvo que abdicar en favor de su hijo Víctor Manuel II. Un nuevo respaldo pro-unificación llegaría al Piamonte con el nuevo primer ministro de Víctor Manuel II, el conde de Cavour, quien fue entretejiendo una compleja red diplomática con importantes enlaces por toda Europa y principalmente en Francia. Sólo el sabio aprovechamiento que hizo de las coyunturas internacionales y el apoyo de todo un reino y sus tropas (con el mítico Garibaldi al frente), consiguieron finalmente la unificación del moderno Estado italiano. El 17 de marzo de 1861 se proclamaba gloriosamente en Turín el Reino de Italia. Venecia y Roma se anexionaron más tarde. Italia declaró la guerra a Austria en 1915 y a Alemania en 1916. Al finalizar el conflicto, con Italia en el grupo vencedor, el país vio ampliado su territorio con el Trentino-Alto Adigio, Trieste, Istria y Zara. En octubre de 1922, los fascistas de Mussolini, los camisas negras, marcharon sobre Roma, donde el rey dio a Mussolini el encargo de formar gobierno. Tres años más tarde, en 1925, el propio Mussolini daba desde el poder un golpe militar, imponiendo una dictadura fascista que duraría hasta 1943. Italia sólo entró en la guerra, apoyando a Alemania, una vez Francia estuvo ocupada por Hitler, invadiendo Grecia en 1940. Restauradas las instituciones democráticas, se convocó en 1946 un referéndum constitucional que instauró la república en Italia, sistema que ha llegado hasta nuestros días. La nueva constitución, y el nuevo estado, entraron en vigor el 1 de enero de 1948. Las elecciones de abril de ese mismo año daban la mayoría absoluta a la democracia cristiana que, como en el caso de Alemania, dominó la escena política en una Italia que empezaba ya a restaurar su economía con las ayudas del Plan Marshall. La figura dominante en la Italia posfascista fue el dirigente demócrata-cristiano Alcide de Gasperi, que ocupó el poder hasta 1953. En 1949 Italia se adhirió a la OTAN y en 1957 a la CEE, reforzando su nueva y democrática imagen en el panorama internacional. La década de 1970 empezó con el gobierno de G. Andreotti (1972), en una década caracterizada por la violencia política tanto pro-fascista como de ultra-izquierda, así como por las actuaciones mafiosas. De los distintos gobiernos de las décadas de 1970 y 1980 cabe señalar a los primeros ministros F. Cossiga, A. Forlani, G. Spadolini, S. Pertini, B. Craxi, G. Andreotti. La crisis del sistema desembocó en 1993 en la reforma del sistema político y electoral. Gran parte de los partidos políticos que habían ocupado el poder hasta entonces desaparecieron y en las elecciones de 1994 se impuso Forza Italia y S. Berlusconi fue nombrado primer ministro. Las elecciones de 1996 dieron la victoria a la coalición de centroizquierda El Olivo, que gobernó sucesivamente con R. Prodi, M. D’Alema y G. Amato como primeros ministros hasta las elecciones de 2001, en las que triunfó nuevamente S. Berlusconi con Forza Italia. La República italiana se define como una democracia parlamentaria enmarcada en un Estado constitucional y unitario. La jefatura del Estado la encarna el presidente de la República, que nombra al primer ministro (o presidente del Consejo de Ministros) y que puede disolver el Parlamento. El poder judicial es independiente, y como órgano máximo existe un Tribunal Constitucional que vela por la legalidad de las leyes y se interpone entre el Estado y las Regiones Autónomas.
BELLAS ARTES Los primeros documentos con voluntad emancipadora del latín datan del s. X, pero la lengua vulgar sólo alcanza categoría literaria en el s. XIII, con san Francisco de Asís. El dialecto toscano es el que ha constituido, hasta hoy, la base de la lengua nacional, gracias a Dante y Petrarca. Se considera a la Divina Comedia de Dante como la obra que cierra la Edad Media; del mismo modo, el Canzoniere de Petrarca, iniciador del humanismo, constituye la primera manifestación del espíritu moderno. Contemporáneo de ambos fue G. Bocaccio; su Decamerón suele ser considerado el iniciador del género narrativo. El debate central del s. XVI se refería al «problema de la lengua», polémica que se resolvió a favor de la tradición toscana, gracias a la rigurosa labor del poeta erudito P. Bembo. Autores importantes fueron N. Maquiavelo, F. Guicciardini, G. Vasari, T. Tasso y B. Cellini. Los mejores intelectuales del Seicento sufrieron los rigores inquisitoriales de la Contrarreforma: G. Bruno, T. Campanella, G. Galilei o E. Torricelli. En el teatro, la disolución completa de todo contenido serio dio lugar al drama musical, el melodrama. Al mismo tiempo se desarrolló un teatro de inspiración popular: la Commedia dell´Arte. En la segunda mitad del s. XVIII, con G. Vico, se desarrolla el Risorgimento, movimiento que utiliza la cultura como instrumento político para la unidad italiana. Al comenzar el s. XIX, el romanticismo se vistió en Italia de patriotismo (A. Manzoni, S. Pellico). A finales del s. XIX dos escritores se disputaban el lugar preeminente: G. Pascoli y G. d´Annunzio. Después de 1930 la literatura italiana se abrió a las influencias europeas y norteamericanas frente a la autarquía del fascismo; entre los escritores contemporáneos destacados cabe citar a C. Malaparte, C. Pavese, D. Buzzati, A. Moravia, V. Pratolini, C. Levi, M. Soldati, I. Calvino, A. Gramsci o L. Sciascia. Por lo que respecta al arte, el románico perduró hasta bien entrado el s. XIII, alcanzando su máximo esplendor en el N. En el gótico italiano prevaleció la amplitud y se sacrificaron las aberturas al muro, favoreciendo los frescos a expensas de las vidrieras (catedral de Milán, Santa María Novella en Florencia). La pintura italiana del s. XIV nació bajo la influencia de Giotto, maestro del estilo narrativo basado en el equilibrio de volúmenes; sus discípulos más aventajados estuvieron en Siena (S. Martini, A. Lorenzetti). En Lombardía tuvo eco una brillante escuela de iluminación. La escultura del Trecento alcanzó el equilibrio entre el realismo, la elegancia y la solidez (N. Pisano). Italia fue el foco principal del Renacimiento, con una aplicación de la ciencia a la técnica, que desde entonces caracteriza a la cultura occidental. A partir de 1420 el movimiento se afirmó en Florencia, con F. Brunelleschi, Michelozzo, G. Sangallo, Ghiberti, Donatello, L. della Robbia, Verrochio, P. della Francesca, Giotto, Massaccio y Fra Angélico entre otros. En el s. XVI Florencia cedió el predominio a Roma, donde la corte papal concentró a los mejores artistas para crear el Vaticano (Miguel Angel y Rafael) y a Venecia, donde se desarrolló una pintura «lumínica» dominante (Giorgione, Tiziano). En el manierismo destacó el escultor B. Cellini. Roma fue el gran foco barroco del Seicento gracias al mecenazgo de los papas y cardenales: C. Maderno acabó la basílica de San Pedro. En escultura, Bernini fue el más típico representante barroco. En pintura, Roma fue campo de experiencias; dos grandes movimientos se enfrentaron: el caravaggismo y el academicismo boloñés. En Roma se impuso el realismo vigoroso de Caravaggio, mientras que en Bolonia se expresaba mayor idealismo (A. Carracci). La arquitectura barroca del s. XVIII debe aún a Roma mucho de su esplendor. El gusto por la fastuosidad y el movimiento inspiraron obras como la Fontana di Trevi. La pintura del s. XVIII encontró su fulgor en Venecia con S. Ricci y, sobre todo, con G. Tiépolo. El teatro de La Scala de Milán y la plaza del Popolo en Roma son las mejores obras de la arquitectura neoclásica. En vísperas de la Primera Guerra Mundial aparecieron nuevas tendencias unidas al futurismo. Tras la Segunda Guerra Mundial toda clase de experiencias han recuperado el tiempo perdido, siendo clave la figura de G. de Chirico. En las últimas décadas, Italia ha recibido todas las tendencias vanguardistas mundiales. En cuanto a la música, hasta el s. XIII no surgió la primera forma propiamente italiana: la Lauda, nacida entre los franciscanos. En el s. XIV surgió la Ars Nova, un brote de polifonía cortesana, con dos formas fundamentales: el madrigal y la caccia. En el s. XVII se inició el teatro musical, la ópera, basada en el recitativo cantado. Paralelamente se desarrolló la cantata. En el s. XVIII la ópera conoció un esplendor extraordinario (A. Scarlatti, G. B. Pergolesi). En el campo del concierto, destacaron T. Albinoni y A. Vivaldi. La ópera dominó absolutamente el s. XIX, conducida por G. Rossini, G. Donizetti y V. Bellini. G. Verdi significó el punto culminante de la ópera tras él, sólo G. Puccini escapó al declive. En la música instrumental destacó N. Paganini. Respecto al cine, cabe subrayar el movimiento neorrealista iniciado en 1942 con Ossesione (L. Visconti). Los filmes más sobresalientes dentro del neorrealismo fueron: Roma, città aperta (R. Rossellini, 1945), El limpiabotas (V. de Sica, 1946), Anni difficili (L. Zampa, 1948) y La terra trema (Visconti, 1948). Hacia 1953 el neorrealismo empezó a agotarse y se buscaron nuevos caminos: Visconti en Senso, F. Fellini en La strada o M. Antonioni en Le amiche. La producción italiana tendió progresivamente a la diversificación y se desarrolló un cine de autor, liderado por Antonioni y Fellini. En los años sesenta se produjeron cuantiosas obras maestras: La notte (Antonioni), Otto e mezzo, Giulietta degli spiriti y Satyricon (Fellini) e Il gatopardo (Visconti). Aparecieron nuevos nombres: F. Rossi, E. Olmi, P. P. Passolini, G. Pontecorvo, D. Damiani, F. Zefirelli, etc. A partir de 1960 el cine «comercial» inventó el spaghetti western e inundó el mercado de comedias satíricas. En sentido opuesto, se desarrolló un cine socio-político con Rosi, B. Bertolucci, M. Bellochio, L. Cavani y los hermanos Taviani.

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ofic. República italiana

País de Europa meridional.

Comprende la península con forma de bota que se extiende hacia el mar Mediterráneo además de Sicilia, Cerdeña y una cantidad de islas más pequeñas. Superficie: 301.277 km2 (116.324 mi2). Población (est. 2002): 57.988.000 hab. Capital: Roma. Pese a la migración interna existen diferencias regionales, especialmente entre el norte y el sur. Idioma: italiano (oficial). Religión: catolicismo. Moneda: euro. Más del 75% de Italia es montañoso o de tierras altas. Los Alpes se extienden de este a oeste a lo largo de la frontera norte del país, mientras los Apeninos atraviesan la península hacia el sur. La mayoría de sus tierras bajas se encuentran en el valle de su principal río, el Po. En el sur de Italia y Sicilia convergen tres placas tectónicas que generan una intensa actividad geológica. Los montes Vesubio y Etna se cuentan entre los cuatro volcanes activos de esta parte del país. La economía se basa principalmente en los servicios y la manufactura; exporta maquinaria y equipos de transporte, productos químicos, textiles, vestuario y calzado, y productos alimentarios (aceite de oliva, vino, fruta y tomates). Es una república bicameral: el jefe de Estado es el presidente y el jefe de Gobierno, el primer ministro. Italia estuvo poblada desde el Paleolítico. La civilización etrusca (ver etrusco) que se desarrolló en el s. IX BC fue derribada por los romanos en los s. IV–III BC (ver República e Imperio de Roma). Las invasiones bárbaras de los s. IV–V AD destruyeron el imperio romano de Occidente. La fragmentación política de Italia se prolongó por varios siglos, pero no debilitó sus efectos sobre la cultura europea, especialmente durante el Renacimiento. Entre los s. XV y XVIII, el territorio italiano fue dominado por Francia, el Sacro Imperio romano, España y Austria. Cuando terminó el régimen napoleónico en 1815, Italia se transformó nuevamente en un conjunto de estados independientes. Con el Risorgimento se unificó gran parte de Italia, incluyendo Sicilia y Cerdeña en 1861, y el proceso de unificación de la península se completó en 1870. Durante la primera guerra mundial se unió a los aliados, pero la inestabilidad social de la década de 1920 llevó al poder al movimiento fascista de Benito Mussolini y durante la segunda guerra mundial se alió con la Alemania nazi. Derrotada por los aliados en 1943, se proclamó república en 1946. Fue miembro fundador de la OTAN (1949) y de la Comunidad Europea. En 1970, Italia culminó el proceso de creación de legislaturas regionales con autonomía parcial. Después de la segunda guerra mundial experimentó frecuentes cambios de gobierno, pero socialmente se mantuvo estable. Junto a otros estados europeos, contribuyó a establecer la Unión Europea.

El Gran Canal de Venecia, ciudad turística del norte de Italia, famosa por sus palacios, ...
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Gran escalinata de la Plaza de España, construida en el s. XVIII, sitio muy visitado por ...
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Enciclopedia Universal. 2012.